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La relatividad del tiempo 20 ago 2010 20:49 Placido Guardiola

«Nuestra sempiterna falta de tiempo»

Hoy me ha dicho un amigo que no sabe de dónde saco el tiempo para hacer tantas cosas, pero a mí, como a él y a todo el mundo, me falta tiempo para hacer las que quisiera. No es cuestión de cuantas hago, sino las muchas que quiero y dejo de hacer porque no tengo tiempo.
No era necesario que Albert Einstein formulase el principio de la relatividad para que el ser humano tuviera conocimiento de que el tiempo es relativo, no, sobraba la fórmula matemática y su compleja demostración.
Sabíamos que el tiempo era relativo pues son más largas las horas en la desesperanza que en la esperanza. Porque no es el mismo tiempo en la ida hacia nuestro destino que en la vuelta, ni en el dolor y la tristeza nos duran igual las horas que en la alegría y el bienestar. Porque cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor que el presente, ni este lo es mejor que el futuro.
El tiempo, esa dimensión inexorable que, en definitiva, es lo único que realmente poseemos. Un tiempo finito, medido y limitado. Un tiempo con un punto y final. Tenemos un pequeño fragmento del devenir infinito e incesante del tiempo universal; sin embargo, creemos que el fluir de nuestro tiempo es todo el tiempo, que tenemos todo el del mundo por delante. Apenas nos percatamos, miramos hacia atrás y ya hemos consumido más de la mitad de nuestro tiempo, de ese tiempo relativo pero elástico. Por eso yo me empeño en estirarlo todo lo que puedo, aún así, me falta a raudales.
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El Hombre un esclavo horario 21 feb 2010 19:09 Jose Javi

No se si se han dado cuenta pero estamos entrando en una sociedad muy, o mejor dicho, demasiado monótona; esto se puede ejemplificar de forma muy clara: ¿Qué hace una persona normalmente, una semana cualquiera? Pues llega un lunes y se levanta se dirige a su trabajo, una vez finalizada la jornada vuelve a casa a por, digamos, una pequeña recompensa, la comida. Después de comer una siestecita -como buenos españoles que somos- y ya depende del oficio de la persona podemos encontrar diferentes situaciones; que se dirija al trabajo para finalizar con su jornada laboral, o que se disponga a realizar las tareas que le son muy importantes de hacer esa tarde.

Pero si nos damos cuenta este esquema se nos repite de lunes a viernes, los sábados y domingos esto puede que cambie un poco, pero realmente la gente se levanta tarde, almuerza tranquilamente, y en el caso de la mujeres se disponen a realizar las labores domesticas.

Esta monotonía nos está convirtiendo en verdaderos esclavos del reloj, un objeto que portamos como si de una parte de nosotros se tratase. ¿quién no recuerda su primer reloj? ¿quién no lo ha adelantado con el fin de no llegar tarde? Pues todo el mundo, todos hemos tenido un reloj con el cual nos hemos sentido identificados por circunstancias muy, pero que muy diversas: cuando nos salíamos a jugar a la calle con los amigos y teníamos que estar pendientes de la hora para que nuestra madre no nos regañase, cuando teníamos uno nuevo, que como todo niño nos gustaba lucir ante los compañero, aunque ese espíritu de superioridad, o mejor dicho de grandeza, lo tenemos tanto pequeños como mayores, y me atrevo a decir, que se encuentra en la mayoría de los casos de forma mas exagerada en mayores que en pequeños.

Este problema, la dependencia del reloj y el control del tiempo hasta el punto más extremo, me lleva a pensar en numerosas posibles causas de este problema. El ser humano se está convirtiendo en un reloj, un ser “perfecto”, que pretende tener todas las variables de su vida controladas, de ahí su gran afán por el control del tiempo, dado que éste nos cambia esas variables tan imprescindibles para el mantenimiento de nuestro ser interior, para alcanzar el equilibrio. También en una sociedad tan competitiva, el tiempo -como bien alude un famoso refrán- es oro, por lo que éste es muy medido y meditado para utilizarlo de tal forma que los resultados sean los óptimos; el esfuerzo, cómo no, el mínimo.

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