Hay que tener bemoles en esta sociedad tan progresista para dar por finiquitado el intento de construir una sociedad multicultural, tal y como ha hecho recientemente en Postdam (al sur de Berlín), la canciller alemana Angela Merkel.
Allí ante las juventudes de su partido Unión Cristiana Democrática les dijo a los suyos: "A principios de los años sesenta nuestro país convocaba a los trabajadores extranjeros para venir a trabajar a Alemania y ahora viven en nuestro país (...) Nos hemos engañado a nosotros mismos. Dijimos: 'No se van a quedar, en algún momento se irán'. Pero esto no es así" para concluir después que: "Y, por supuesto, esta perspectiva de una [sociedad] multicultural, de vivir juntos y disfrutar del otro (...) ha fracasado, fracasado totalmente".
Seguramente Merkel ha dicho lo que una enorme mayoría sabemos, pero nadie se atreve a sostener públicamente por miedo a ser tachado de «racista». La multiculturalidad de la que hablan los dirigentes políticos, no deja de ser una palabra hueca con la que escondemos una realidad bien distinta; la construcción de grandes guetos en la mayoría de las ciudades europeas, el confinamiento a zonas más o menos deterioradas de oleadas de emigrantes que aceptan trabajos que los nativos rechazan o lo hacen en precario, mientras persisten en sus costumbres y culturas nativas.
Que coste que no hablo de ciudades que nos son ajenas, si no me creen, ésta tarde cojan y den una vuelta por el casco más viejo de Jumilla, suban desde la Plaza de los gastos a la Acerica, Calle Capitán, y alrededores. Observen el vecindario y juzguen. Si este paseo no les convence, caminen al final de Avenida de Yecla, en torno a los llamados «Pisos Rojos» (antes también Gran Shampoo). Si todavía no les basta el próximo domingo cojan la carretera del cementerio en su paseo por detrás del cerro del castillo.
De esta guisa si ellos aceptan trabajos que no deseamos, están en esos sitios confinados y viven en estas zonas que, de paso, colocamos unas viviendas que entre nosotros no tienen demanda vendiéndolas o alquilándolas. Miel sobre hojuelas. No hay problemas ¡Viva la multiculruralidad!.
El problema comienza cuando el trabajo escasea y nosotros estamos dispuestos a trabajar en lo que antes no queríamos, cuando saturan la atención médica que hasta ahora (con sus defectos), funcionaba como una seda, cuando ellos persisten en costumbres y modos propios de su cultura que está a años luz de la nuestra y cuyos hábitos y normas se dan de narices con los valores nucleares de nuestra cultura (el tema del tratamiento a la mujer, por ejemplo)... Entonces, es muy fácil ser defensor de boquilla de la multiculturalidad si vives en un barrio alejado de sus guetos, mientras en tu casa trabaja como chacha una dominicana a la que quieres “como si fuera de tu familia”, hasta le das los enseres y ropas que desechas.
Seamos serios, esto ni es multiculturalidad, ni convivencia pacífica, ni leches… Esto es construir guetos que viven de espaldas a nosotros y un día estallarán socialmente.
Para construir una sociedad multicultural, ellos y nosotros deberíamos renunciar a parte de nuestra cultura y construir una bien distinta en la que ambos creyéramos, un nuevo ideal social en el que todos participásemos. Pero eso que parece tan sencillo, es una entelequia, pues ellos defienden las cosas de su cultura como un derecho y, nosotros, las de la nuestra. Ni ellos ni nosotros estamos dispuestos a renunciar.
Lamentablemente, Merkel lleva razón y esto de la multiculturalidad es un camelo para los bobos que esconden la cabeza bajo el ala.