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Joaquín Legina, mi viejo profesor 8 jun 2010 08:42 Placido Guardiola

«Un ejemplo de integridad»

Hay ocasiones en las que nos reconciliamos con nuestros viejos anhelos y sueños de juventud, en las que por un instante creemos que todavía existe integridad moral, decencia de pensamiento e ideología. El domingo, durante la entrevista a mi viejo profesor Joaquín Leguina en Veo7, tuve una nueva ocasión de reconciliarme.
No era una entrevista de complacencia, el entrevistador no dejó asunto comprometedor por abordar: la memoria histórica, el socialismo, Felipe Gonzalez, Zapatero, etc. Mi profesor nunca fue de los que se arredran (en plena dictadura militaba en el legendario FELIPE), de ahí que entrara al trapo con la claridad, rotundidad y profundidad que ya poseía cuando me impartía clases de demografía.
A mi juicio, el tiempo lo ha mejorado como los buenos vinos, ha perdido algo de la chulería y pedantería de quien se sabía entonces mucho más preparado que sus alumnos en la materia. Ahora analiza con la perspicacia de un viejo zorro, con la prudencia de quien ha vivido y con la integridad y sensatez de un viejo socialista fiel a su ideario.
Joaquín Leguina, no dijo nada nuevo la otra noche que no venga diciendo desde hace algún tiempo; pero lo dijo con rotundidad y sin acritud, desde el convencimiento moral de quien se sigue considerando un socialista de verdad. Sus palabras dejaban en evidencia a muchos oportunistas que ahora se llaman compañeros de partido.
¡Qué pena que en la sede de Ferraz no estén estos militantes!
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Alusiones y comentarios (Edición XXVIII) 29 nov 2009 08:17 Placido Guardiola

«El Maestro: La Escuela de ayer y de hoy» (27/11/09)

En esta sección puedes colgar tus comentarios, impresiones, alusiones o cualquier observación al programa emitido por «Telecable Jumilla», el pasado viernes 27 de noviembre y que tuvo como tema central la educación y la figura del maestro.
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En memoria a un gran rendrijero. Semitiel 16 ene 2009 09:01 Placido Guardiola

Decía Unamuno que, cuando un amigo muere algo de nosotros muere también con él, y estos días de tu partida al más allá querido amigo Semitiel, algo de mi partió contigo también. Por este motivo me vas a permitir que, a fin de que los rendrijeros de nuestro querido pueblo entiendan lo que digo, haga público un aspecto de nuestra experiencia compartida que a ambos nos lleno de orgullo y satisfacción el haberla vivido.
Eran los años 60 cuando se abrió una escuela en una casa del barrio de San Juan, esquina de la calle Zorrilla con la de Progreso. Solía ir a menudo por allí pues, en la acera de enfrente estaba la bodega de mi padre, por lo que no tarde como buen rendrijero que soy, en mirar por las rendijas de la ventana y descubrir unos preciosos dibujos en sus paredes con hadas, enanitos, y personajes de Disney. Aquella escuela me fascinó desde ese día, y lo hizo porque era distinta. De entrada, contrastaba con la austeridad de la mía, cuyos elementos decorativos se ceñían además del consabido crucifijo a los retratos de rigor con el caudillo y el ausente. De ahí que siempre que iba a la bodega me acercase a escudriñar aquella aula que me cautivaba.
Siempre me pregunte que escuela tan extraña era aquella y quién sería aquel maestro de sonrisa complaciente cuando yo miraba. De niño nunca lo supe y no recuerdo haberlo preguntado. Ni tan siquiera había comentado esto con nadie. Ya a mediados de los 80, casualmente pasaba un día por la calle Progreso, un vehículo se disponía a entrar en una cochera situada en el mismo edificio donde estuvo la escuela y, aquellos preciosos dibujos, todavía estaban en la pared del fondo. Las viejas vivencias y recuerdos de infancia volvieronde nuevo a mi memoria.
Hace apenas unos años, y ya siendo compañero de tertulia de Semitiel, seguimos hablando Pepe y yo de mil historias fuera de programa y terminamos hablando de la profesión de Maestro, de la enseñanza… Entonces me contaste que tu habías sido maestro, que tuviste una escuela en barrio de San Juan, que habías decorado aquellos muros. Fue entonces cuando yo te confesé estas vivencias de infancia, el asombro y envidia que sentí por los niños de aquella aula y la satisfacción y orgullo que ahora era para mi ser compañero de aquel maestro que, sólo por sus dibujos y sonrisa, había cautivado mi admiración de niño.
Tuvieron que pasar cuarenta años para descubrir que tu eras aquel maestro de sonrisa abierta y complaciente que yo miraba con devoción tras las rendijas de una ventana. Ahora amigo Semitiel, rendrijero de pro donde los haya, aquella mirada y recuerdo infantil, la emoción años más tarde al redescubrirnos con alegría y gratitud; en parte se ha ido contigo, en otra parte vive en algún rincón del niño que sigo llevando dentro.
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