Todavía recuerdo durante las noches de verano ver el cielo cuajado de estrellas mientras mis padres y vecinos tomaban el fresco en la calle de Loreto esquina la ribera y la chiquillería como yo jugábamos en medio de la calle. Claro que entonces Jumilla no estaba lo bien iluminada que luce ahora por las noches, cada manzana contaba con una bombilla alternándose en las fachadas de la izquierda y derecha a lo largo de la calle. Poca cosa, desde luego, pues apenas iluminaba la fachada de la casa donde pendía y las dos colindantes, el resto, lucia más bien una penumbra que daba para no tropezar y caerse.
Ahora, en cambio, las farolas y alumbrado de bajo consumo nos dan un aspecto casi de día iluminando prácticamente todos los rincones de la calle. A cambio, difunden una luz anaranjada que invade todo el espacio y se difumina en las capas altas de la atmósfera apagándonos eso que llamamos la bóveda celeste. Seguramente aunque no ocurriese así tampoco hay muchos vecinos en la calle tomando el fresco y, menos, chiquillería en la calle correteando de acera a otra con la mayor de las impunidades. A estas horas están recogiditos en casa y juegan tan ricamente con sus videoconsolas o tabletas.
«Como dice el título de la película de Warren Beatty y Buck Henry "El cielo puede esperar"...»
¿Para qué necesitamos ver las estrellas? Si ahora, los medios audiovisuales nos sorprenden con las películas, series y juegos más alucinantes. El cielo, como decía l el título de una película de Warren Beatty y Buck Henry, puede esperar. Y por Dios que espera a ser de nuevo redescubierto por los habitantes de esta modernidad.Con su olvido los hombres hemos perdido la visión del universo, la capacidad de sobrecogernos y sentirnos una ínfima partícula casi despreciable en su seno. En la modernidad nos hemos engreído, creído que somos los reyes del mambo y dueños , artífices y centro del mismo. Y es que, para comprender la auténtica dimensión del ser humano, para comenzar a comprender, deberíamos iniciarnos en admirar. Nada hay más admirable que la bóveda celeste en una noche sin luna, comenzando por intuir la infinidad, el tiempo y la dimensión de todos nosotros ante aquel despliegue de estrellas, galaxias y planetas que nuestros ojos sólo llegan a intuir.
Es entonces, cuando nuestro espíritu queda impresionando por la magnitud de ese universo del que formamos parte, de ese tiempo que Einstein calificaba de relativo, de se viaje de la luz que partió de la estrella que vemos hace mil años luz y hoy llega a nuestros ojos, cuando quizá un cataclismo la haya hecho colapsar en este milenio que la luz ha tardado en llegar a nuestras retinas.
Por eso me gusta sacar mi cámara y recoger en su sensor algo más de lo que ven nuestras retinas cuando elevamos la mirada. Ya no tenemos el cielo limpio que caracterizo antes de los años ochenta a nuestro termino, a pesar de ello, todavía las cámaras son capaces de captar imágenes como la que les dejamos. Se trata de las casas del Gaitán en el Término Arriba, las luces anaranjadas que aparecen en el horizonte se deben a la contaminación lumínica, en este caso, el alumbrado de Jumilla.
Cuando en 2011 el Partido Popular ganó las elecciones municipales en Jumilla, con el espíritu de ahorro correspondiente a una época de crisis, decidió disminuir el número de horas en que estaba el castillo iluminado, apagó las dos luminarias bajas de las altas farolas que iluminan el Rollo y otras calle y tomó alguna otra medida similar. Los pobres, es que no se enteran; porque lo que les gusta a los jumillanos y jumillanas es que se pueda leer el periódico o enhebrar la aguja en la calle, a la luz del alumbrado público. Cuando en 2015 las aguas volvieron a su cauce y el PSOE ocupó el poder local, tras los paréntesis de Nogueroles y Jiménez, rápidamente se volvieron a encender las tres luminarias de las farolas y el castillo disfrutó, por más horas y con más vatios, de su iluminación. Que no farte de ná, era la consigna. Parece que llueve, pero es que nos mean.
ResponderEliminar