Es esta nuestra tierra una tierra de extremos, donde misteriosamente y merced al trabajo duro de sus gentes vemos su superficie verde bajo los más tórridos veranos. Pasamos de la sequía más extrema a la inundación y riada; del abrasador verano, al gélido y venturoso invierno sin solución de continuidad.
Seguramente porque nos hemos formado en ella, nuestro carácter es también de extremos, bajo la nobleza generosa de nuestra forma de ser, la pertinaz sequía resquebraja nuestras almas abriendo en ella profundos surcos de donde brota la envidia. Envidia, ante cualquier brizna verde que, a nuestro alrededor veamos surgir, porque por un casual dio con una vena de agua para brotar.
«sólo nos consuela el saber que a todos nos consume por igual la abrasadora necesidad.»
La adversidad y necesidad hace que nuestro crecimiento sea lento, pero firme con profundas y hondas raíces que buscan en vano el precioso sustento que la naturaleza nos escamotea. Sabemos que hemos hecho de la necesidad virtud, que pese a todo, somos supervivientes De ahí que nos levantemos orgullosos y erguidos sobre la tierra plantando cara al aire y viento que de continuo nos azota. Por ello nos crean gente altiva, cuando no lo somos.
Como nuestra tierra, contra todo pronóstico, conseguimos solventar la escasez, con ello hemos aprendido la cautela haciendo de la necesidad nuestra virtud. Una cautela que nos atenaza en el inmovilismo impidiéndonos avanzar y que termina mirándose el obligo de satisfacción por saberse un superviviente ante tanta adversidad.
Quizá seamos así porque vivimos en una tierra de extremos, porque nos asola la pertinaz sequía o porque resistimos los azotes del Aire de Arriba... ¿Quién sabe?
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