«Penitencia elegida, penitencia impuesta»
Siempre fuimos un pueblo penitencial, atado a las cadenas elegidas o impuestas. Nuestra historia lo acredita en sucesos como el regreso de Fernando VII «El Deseado», a su vuelta tras la invasión francesa, en donde el pueblo llano desenganchó los caballos que tiraban de su carruaje real, arrastrándolo sobre sus hombros al grito de: «Vivan las cadenas». Una forma muy popular de afirmar que preferían el yugo y la carga de una monarquía absolutista y déspota a las decisiones soberanas de un parlamentarismo liberal.
Como pueblo resignado aceptamos las sobrevenidas desgracias que nos llegan y alcanzan, inexplicables, sin aviso… Nuestra única respuesta a todas las que nos sorprenden es ofrecer el sacrificio de la penitencia, infringirnos nuevos esfuerzos y dolor en un intento impotente de mitigar nuestra sobrevenida tragedia.
Ayer cuando me dirigía a la procesión penitencial pensé (tal y como resultó), que esta larga cadena de desastres que nos azotan por la tan traída crisis económica, dejaría ver sus efectos en la penitencial del Cristo de la Vida. No me equivoque mucho, aunque de todos es sabido que nunca faltaron los penitentes en este Vía Crucis de Martes Santo, observé esta madrugada un ligero aumento del fervor y flagelación penitencial.
Seguramente todos, cada uno de nosotros, aunque ayer noche no arrastrásemos cadenas por la Cuesta de Picolla, llevamos las nuestras va cuestas. A cara descubierta, calzados, en silencio y sin decir ni pío... Arrastramos algunas que voluntariamente elegimos; pero otras muchas, las más pesadas, son aquellas que otros nos han impuesto.
Siempre he preferido el peso de las cadenas que estos penitentes de Martes Santos se imponen ¡Vaya Ud. a saber por qué razones! A esas que nos imponen y de las que, nosotros mismos, ignoramos su finalidad. Pero no lo olvide, penitentes, lo que se dice penitentes, lo somos todos.
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