«Nuevos tiempos, nuevas formas»
Hasta donde alcanza mi memoria recuerdo los carnavales en Jumilla con el mismo tiempo y climatología. Días de viento de "Arriba" y un frío gélido que el aire hacía penetrar por todo tipo de tejidos hasta que llegaba a los huesos. Les aseguro que no hay en mi memoria una tarde de carnaval con tiempo apacible que invitase a zascandilear por la calle del Calvario.
Hasta es bueno que sea así, pues por estas fechas de siempre habíamos terminado de coger oliva, de ahí que unos días de asueto y jolgorio venían que ni de perlas. Hasta no nos daba cuidado que el aire y el frio hiciera de las suyas, pues el aceite , a estas alturas, andaba ya en las tinajas de la cámara y la aventadora, perigallo, deiles y esteras de coger oliva estaban guardados a buen recaudo esperando la próxima cosecha.
Desde el Domingo del higuico hasta el martes la calle del calvario era un ir y venir de mascaronas, chanzas, bromas y buen humor. No faltaban tampoco los bailes de carnaval, que por entonces a las mocicas como yo, era lo que más ilusión nos hacía. Además aprovechábamos la ocasión para arrimarnos y decirle cuatro cosas al mozo de nuestros amores sin que con ello se comprometiera un ápice el buen decoro que todas practicábamos en aquellos tiempos. Desde hace años vengo siguiendo la costumbre de subir a darme un borneo por la calle del Calvario, aunque desde luego, ya no es ni sombra de lo que fue. Esta tarde subiré de nuevo por ver si esto se anima.
El pasado Viernes en la tarde estuvo animada la cosa, porque nuestros inmigrantes latinoamericanos pusieron la música y el color en las calles de la ciudad. Un colorido y vestimenta que nunca, los que conocimos aquellos carnavales tradicionales, hubiéramos alcanzado a imaginar en las calles de nuestro pueblo con el que Plácido se ha prestado a ilustrar mi entrada.
También estuvo animada la noche en Avenida Levante y aledaños, aunque ya estos disfraces en la zona de copas me parecen más un botellón de carnaval, que un carnaval jumillano propiamente dicho. A nuestros jóvenes les parecerá normal y, quizá en los años venideros añoren con nostalgia estos botellones carnavaleros; pero a mí me parecen más un mimetismo mediático de lo que se hace en otras partes que un carnaval propiamente autóctono. Lo nuestro era revolicar las arcas de nuestras madres o la de las abuelas, colocarnos las un sayo, un refajo, unas cortinas o lo que nos viniera a pelo y salir a la calle con el cuento de: « ¿A que no me conoces? »
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