«A propósito de la tragedia del Madrid Arenas»
En la medida que las sociedades se han desarrollado y modernizado se han hecho más laicas y no lo digo ahora en el sentido de abandonar una determinada práctica religiosa (sea católica, ortodoxa o la que fuere), conduciendo nuestras vidas de forma ajena a los dictados de esa religión. No, lo digo en el sentido profundo de pérdida de religiosidad, del sentido trascendente de la vida y de aceptación de cuanto la vida nos pueda deparar. No se trata sólo de que la práctica religiosa ha perdido el papel que otrora tuviera, la vida perdió todo atisbo de misterio y aceptación del riesgo que conlleva. Nada queda en nosotros de comprensión acerca de que la vida y la muerte, el dolor y la felicidad, la salud y la enfermedad; son, en definitiva, dos manifestaciones de un mismo proceso y que ambas debemos verlas y aceptarlas como parte de la maravillosa aventura del vivir.
A pesar de las enseñanzas de la ciencia queremos desterrar esa cara que no nos gusta de las manifestaciones de la vida, por eso escondemos la enfermedad en el hospital, la vejez en la residencia, la muerte en el tanatorio y la desgracia en la búsqueda del culpable. De ese responsable último a quién señalar diciendo ves, se podía haber evitado, como eres culpable paga por el daño.
No digo con ello que no hay culpables en lo sucedido en el Madrid Arenas, los hay, sin duda: Se estima que el sobrepasar el aforo del local les permitía llevarse crudo más de un millón de euros. Sin embargo ese es un delito que sabemos cometen todos los días, sólo cuando la muerte de cuatro jóvenes ha sucedido se sacuden nuestras conciencias. Al diario pubs, clubs y locales de ocio vulneran normativas, las vulneran también nuestros hijos cuando hacen botellón en la calle; en cambio, si no hay victimas, nuestra conciencia queda adormecida y nadie alza su voz.
Ahora estamos indignados, no podemos aceptar que una tragedia tan cruel termine así, de este modo, cuando debería haber sido una noche de sana y juvenil diversión. Lo último que alcanza nuestra mente es el aceptar planearse si es normal que un menor de edad salga de macro-fiesta a las 12 para regresar al día siguiente a las ocho a casa de sus padres. Eso nadie se lo cuestiona hoy, a pesar de las horas y debates televisivos consumidos desde que ocurrió la tragedia.
Todo son cábalas sobre el número de agentes de seguridad que habían, sobre las salidas de emergencia o sobre el lucrativo negocio de unos sinvergüenzas que vendieron entradas por encima del aforo permitido… Los culpables siempre están fuera del ámbito de nuestro entorno y modo de vivir, ese es incuestionable, signo sin duda de la normalidad que determina el progreso que nos hemos dado.
Ah, pero la tragedia, lo fortuito, lo incontrolable, lo inaudito y lo inimaginable ocurre, da igual que sea por la fuerza de la naturaleza, la providencia, el azahar u la negligencia humana. Da igual, las desgracias ocurren y el dolor humano ante ellas es inconsolable haciéndolas más incomprensibles de lo que son si cabe. Sólo que antes el poder de aceptación hacía más llevadero el consuelo del alma humana, hoy lo único que nos consuela es llevar a los tribunales y que sean condenados encontrando los responsables subsidiarios que nos puedan resarcir económicamente del daño causado.
Mientras, seguimos escondiendo a nuestros ojos todo aquello que nos molesta y por supuesto evadiendo nuestras propias responsabilidades en cuanto ocurre, en la ingenua creencia que toda desgracia, absolutamente toda se puede evitar.
Todo lo que has dicho no exime a los responsables de pagar su negligencia y mala fe ante la justicia.
ResponderEliminarNi yo lo pretendo, al contrario. Esos son unos sinvergüenzas sobre los que debe caer todo el peso de la ley, no ya por su responsabilidad en lo ocurrido, que también; sino porque nos roban a todos en esta ocasión y en todas.
EliminarPero eso, tampoco quita un ápice a lo dicho.
Piove, porco governo, dicen los italianos.
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