«Dos mundos, un lugar»
Aun cuando los territorios han impuesto desde siempre su particular ritmo de vida a sus moradores; en ellos coexisten estilos diferentes, especialmente ahora con la globalización. En el caso de la Siberia, como en cualquier otra parte del territorio nacional, existen dos estilos de vida claramente diferenciados, el de los jóvenes y el de los mayores.
Sus vidas discurren en el mismo lugar; pero sus estilos y ritmos son muy diferentes, de modo que el hacer de unos se inicia cuando los otros descansan. De este modo, si sales a la calle o a los campos al amanecer solo encontrarás a los mayores, cada uno de ellos iniciando sus trabajos y rutinas diarias; los jóvenes, apenas hace unas horas que se recogieron y duermen ahora hasta el medio día. En los rigores del verano me gusta pasear al amanecer, por tanto, mis encuentros son siempre con moradores de la Siberia maduros, tampoco me interesan los jóvenes ya que ellos apenas saben nada del territorio, rincones y lugares que habitan. Todo lo contrario les ocurre a sus padres y abuelos, cuyas vidas están fuertemente imbricadas con el paisaje que les rodea y, con facilidad, te contarán mil vivencias de los rincones y lugares por donde pasas.
A diferencia de los jóvenes, que tienen dificultad para relacionarse fuera del móvil y el whatsapp, los mayores son afables y conversadores con el visitante de forma que no tardan en entablar una agradable conversación.
Apenas te cruzas con algunos y, tras los ¡Buenos días! de rigor, a nada que te pares te espetan aquello de: «¿Quizá no sea Ud. de aquí?» Así, como si desde el primer vistazo que te echaron ellos no lo supieran con certeza que tu eres forastero. Si te sinceras en la contestación, dándole detalles que expliquen que haces allí, pronto ellos responderán del mismo modo, de manera que al momento terminas sabiendo además de las cuitas de su vida y existencia mil historias y referencias a los territorios que visitas.
Así me pasó ayer con Francisco y Eusebio, ambos jubilados; pero con los que puedes toparte recorriendo cualquier calleja entre los cercones, bien sea al amanecer cuando van a sacar sus cabras o, a la atardecida, cuando las recogen. Ninguno de los dos lo hace por necesidad (aunque pienso que también les ayuda con sus míseras pensiones). Francisco, porque es lo que ha hecho toda su vida y dice que si se encierra en casa será su final, de este modo, se distrae y mantiene vivo.
Eusebio, viudo ha muchos años y viviendo con sus hijos, me cuenta que se lo ha mandado su psiquiatra que lo trató por la depresión: “Ande Ud. por esas pistas con sus cabras y charle mucho con la gente que se encuentre” (le dijo el muy renombrado psiquiatra de Toledo).
Con ellos hablé mientras caminábamos entre las encinas del campo, de lo divino y humano además del calor de este verano, los jóvenes que según ellos ahora tendrán que volver al campo, los bancos y de la subida del IVA.
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