«Yo a Ud le conozco…»
De adolescente me llevaban los demonios cuando aquellos viejos con blusa y boina me reconocían y al cruzarme en la calle con ellos me saludaban con frases como «¿Dónde irás Jorgico?» o « Mira, el Guardiolica del carche», según su amistad, parentesco o vecindad fuese con el abuelo materno o la familia paterna. Yo les contestaba respetuoso tal y como me habían enseñado : «¡Vaya Ud. Con Dios Sr. Ignacio!» o «¡Buenos días Maestro!» aunque no terminaba de entender porqué debía llamar al Señor Andrés maestro, si era carpintero, ni siquiera carpintero era aperador; sin embargo, hasta mi padre se dirigía a él como Maestro.
Supongo que era el deseo de autoafirmación y el ser reconocido por mi mismo y no por mis antecesores lo que no me gustaba, sea como fuese, con el paso de los años comenzó a gustarme esa forma de saludo y reconocimiento.
Con el desarrollo y cambio de vida social esa familiaridad y reconocimiento ha desaparecido; sin embargo, todavía encuentro entre algunas personas mayores ese uso de las formas. Cierto que sólo lo mantienen personas que ya han brincado los setenta; pero cuando lo hacen me encanta y me retrotrae a otra jumilla bien distinta que viví en mi infancia. Eso, aun cuando entonces no sabia apreciarlo.
Ya no me ponen el apelativo «ico» en lo de Jorjo o «ica» en mi apellido paterno, además me tratan de Ud. (lo que también demuestra que el paso de los años han obrado cambios en mi), el caso es que tienes ante ti un venerable anciana o anciano curtido por el sol de tanto trabajar en el campo al que no conoces de nada; pero en cambio el sabe de tu trayectoria vital, de la de tu familia y tras un rato de charla con te demuestra conocer detalles y anécdotas que tu desconocías ya fueran de tu abuelo, tu abuela o tus padres.
De ahí que ahora cuando una de estas personas ancianas me para en la calle y comienza con aquello de «Yo a Ud le conozco…» me paro tranquilo por mucha prisa que lleve, pues al momento ya está contándome capítulos de mi propia biografía que me son desconocidos. En otras ocasiones nos enzarzamos en cualquier tema de conversación sobre lo Divino o Humano. Es entonces cuando tomo conciencia que lo que me ata a Jumilla no es el lugar, sino sus gentes, su viejo carácter y estilo . Un estilo en las formas próximo a sucumbir con las generaciones que me precedieron; pero que no deberíamos dejar desaparecer.
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