«Nada que ocultar»
Una de las características de la modernidad es la evanescencia del límite que separa lo público de lo privado. Lan nuevas tecnologías de la comunicación e información han sido fundamentales en este proceso al romper en gran medida las limitaciones espacio temporales que nos impone la realidad. Ahora, desde la intimidad de mi casa podemos comprar, viajar, ligar, robar, amar, conocer, trabajar, relacionarnos con amigos y conocidos y todo cuanto podamos imaginar. Alguien dirá que algunas de esas cosas sólo las hacemos virtualmente, pero las hacemos y podemos diferir su contenido real a otro momento y tiempo. Hasta hoy el espacio público y el privado estuvo delimitado, así en las ciudades parques, calles y plazas constituyen espacio público dejando los recintos interiores para la privacidad. En nuestros hogares (que son espacios privados), el recibidor y el salón son ámbitos que se abrían a la visita siendo más públicos que el dormitorio donde éstas no pasaban. En definitiva, los límites espaciales estaban marcados por la barrera en la que terminaba lo público y comenzaba lo privado.
Hoy, como diría Javier de Echevarría*, la Red difumina esos límites rompiendo su impermeabilidad, estamos ante una ciudad sin topología, sin parques, calles y plazas y en unos hogares sin recintos distintos para lo público y lo privado.
De forma paralela a este proceso, los medios de comunicación también han contribuido a romper esas barreras bajo el sacrosanto principio «del derecho a informar», de forma que la privacidad de cualquier famoso o conocido se ha convertido en asunto público. La televisión lo ha hecho además con perfectos desconocidos que ante sus pantallas desnudan sus intimidades personales más inconfesables y chabacanas. Las fotos de nuestros acontecimientos privados, los estados de ánimo de un momento o las reflexiones más profundas y livianas, surcan los tenues hilos de la red y son vistas y leídas en contextos que ignoramos si son públicos o privados. ¡Qué más da! ¿Dónde están los límites ahora?
Pero la pregunta claves es si los seres humanos necesitamos de eso que llamamos privacidad. Y si la respuesta fuera afirmativa ¿Quién velará ahora por ella? ¿cómo la salvaguardaremos? Hoy acabo de leer que la aplicación Google Maps va a permitir la localización, no ya en calles y plazas de las ciudades, sino en el interior de los edificios.
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(*) Javier de Echevarría es un filósofo español autor de varios libros de ensayo sobre el impacto de las nuevas tecnologías en la vida social del individuo. Entre ellos "Telepolis" o "Los señores del aire"
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