«Sucesos extraños de Apocalipsis»
Ahora, cuando las sociedades modernas se han hecho laicas, cuando el agnosticismo crece por doquier y aun cuando, los que dicen creer, no conducen sus vidas de acuerdo a los mandatos de su religión. Cuando pueblos y sociedades han perdido la fe en lo sobrenatural y ésta virtud cardinal toma por objeto la ciencia. Constatamos que en la ciencia depositamos la esperanza de un mundo mejor, de tecnologías limpias y no contaminantes, de una vida que venza la enfermedad, la vejez y quien sabe si atrasará la muerte humana por encima del siglo de existencia. La ciencia es hoy la gran panacea que resolverá nuestros males.
La ciencia es también considerada como exenta de subjetivismo, ella es objetiva por definición, sin discusión alguna. De ahí que si algo lo difundimos con visos de cientificidad no cabe contra esa afirmación objeción o cuestionamiento alguno.
Hemos olvidado que la ciencia la hacen los hombres y, como decía Unamuno de los hombres: estos no son objetos, sino sujetos. Por tanto, difícilmente algo que hacen sujetos puede ser distinto a subjetivo.
Alguien ha olvidado que la ciencia se hace investigando, que los investigadores comen todos los días. La investigación hay que pagarla y, el que paga, quiere investigar unas cosas y no otras. Tiene unos intereses concretos y a ellos destina sus dineros y esfuerzos. Por dicho motivo la ciencia siempre es una hija bastarda de los intereses de quien tiene el poder o la capacidad económica para desarrollarla. Por ejemplo, hemos descubierto mucho antes el remedio contra el sida (una enfermedad de apenas tres décadas de existencia), que contra la malaria (conocida ya hace 500 años). En las universidades se incorporan nuevas disciplinas científicas surgiendo nuevas titulaciones en ellas (la informática), en cambio, desaparecen o se extinguen otras como la astronomía. La ciencia, repito, responde a los intereses de quien la paga, no existe en abstracto, raramente (salvo por azar y de forma aislada), responde al fin altruista de salvar la humanidad o hacernos más felices, justos o mejores.
La ciencia, aunque no lo creamos, es tan limitada como su autor, el hombre. En ocasiones responde a los intereses más altruistas de este, en otras en cambio, a los más egoístas y bastardos.
Seamos sensatos, ni somos el centro del universo, ni nuestra ciencia es capaz de responder a todas las cuestiones. Ni hay un Dios vengador que nos quiera castigar mandándonos de nuevo el diluvio universal. Creo más bien que existe algo trascendente y universal, que efectivamente tiene un orden para el universo, orden que los humanos, insignificantes y minúsculos, somos incapaces de advertir y comprender. Si a eso le quieren llamar Dios, les confieso que yo sí tengo fe en Él, también en el Cristo y en la Abuelita Santa Ana (dicho sea de paso).
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