«Pedagogía moral del epitafio»
Antes, cuando la vida conservaba un atisbo de trascendencia, cuando los humanos mirábamos más allá de la precariedad existencial de lo cotidiano solíamos dar un sentido más pedagógico a nuestro último acto y morada final. Ahora, en cambio, todo es más efímero, más existencial y trascendente y la mayoría de nosotros preferimos la incineración y esparcir las cenizas en el mar bajo una lluvia de pétalos de rosa. Esto último nos resulta especialmente idílico y nos rememora cualquier final poético de película.
La filosofía y sentido de la muerte se han perdido y con ella la vieja costumbre del epitafio. Aquellos versos que en la antiguedad se citaban en honor al difunto el día de sus exequias y que anualmente se repetían el día de su aniversario, pasaron con el tiempo a labrarse sobre las lápidas funerarias teniendo un sentido educativo para la posteridad por las acciones ilustres que ellas representaban y por los discursos morales que tan bien expresaban.
En la actualidad el existencialismo vital nos ha hecho renunciar a cualquier intento de trascendencia, moralidad o simplemente aceptación de la muerte con sentido del humor, como reflejan algunos epitafios famosos:
Molière:
«Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto
y de verdad que lo hace muy bien»
Vicente Huidobro, poeta chileno:
«Abrid esta tumba: al fondo se ve el mar»
Groucho Marx:
«Disculpe que no me levante, señora»
Miguel Mihura:
«Ya decía yo que ese médico no valía mucho»
Cementerio de La Almudena de Madrid:
«Aquí estoy con lo puesto y no pago los impuestos»
Enrique Jardiel Poncela:
«Si queréis los mayores elogios, moríos»
John Wayne:
«Las lagrimas más tristes que se lloran sobre las tumbas son por las palabras que nunca se dijeron»
La cultura de la muerte
2 nov 2010
06:20
Placido Guardiola
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