«Mendicidad callejera»
En el más absoluto de los mimetismos, semejan figuras, esculturas, personajes conocidos o famosos o terribles seres trogloditas. Allí te aparece un Charles Chaplin intentando ingerir una vetusta bota, acá una pareja de extraños seres selenitas o aquí un torero cañi que parece el novio de aquellas muñecas flamencas que se colocaban sobre el televisor. Da igual, impávidos e inmóviles permanecen horas y horas ante la mirada indiferente o curiosa de quien por el lugar pasa.
Parece como que ofrecen un singular espectáculo a cambio de unos céntimos o euros que algún viandante deposita en el bote que hay colocado ante ellos. Se diría que es el pago por su paciencia, tesón y constancia en mantener la postura a lo largo de las horas, aunque más bien se trata de la versión moderna de la mendicidad. Mendicidad del siglo XXI, donde no toleramos por cutre al mendigo harapiento o al más lastimero del cartelito con el texto: «soy padre de familia en paro con siete hijos…». No digamos ya aquel macabro del muñón en una pierna o en los dos brazos.
Seguro que pasarse horas y horas en esta guisa tiene su mérito; pero de ahí a considerarlos artistas callejeros hay un largo trecho. Más bien parece una forma de camuflar lo que no queremos ver ni reconocer por la tragedia social que encierra y que tampoco queremos llamar por su nombre verdadero mendicidad callejera.
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