«Riada de 1986 acaecida en la madrugada de Santiago»
Terminamos esta miniserie de artículos destinados a las dos riadas más importantes que asolaron nuestro término el pasado siglo XX, en esta ocasión, reproducimos mi crónica publicada en la revista «El Picacho» en su número 34 correspondiente al mes de Agosto de ese año:
Portada de la revista «El Picacho»
«Crónica de madrugada»
Son las cuatro de la madrugada cuando un enorme estruendo me despertó, apenas he dormido unas horas pues la tormenta de ayer nos mojó los preparativos de las fiestas del poblado y hubo que recogerlos.
Ahora, se oye caer agua con furia, con rabia… Empiezo a preocuparme, ayer bajo la “venia” en las dos ramblas “El Morrón” y “Del Judío”. Yo he vivido aquí, en la Estacada, las dos últimas riadas y no he visto caer agua de esta forma.
Me visto cojo el paraguas y salgo a la entrada del poblado a ver como va la cosa. Por el camino me encuentro a Cesar (Cuatro reales), que sale con su tractor para ayudar a un Land-Rover matrícula de Cádiz atrapado por la riada. Me subo al muro por si Cesar necesita que le indique; pero este, hace a la primera la maniobra de acercamiento e instantes después el vehículo es remolcado y puesto a salvo.
El conductor, ya en tierra insiste en sus agradecimientos, le acompaño hasta la otra salida del poblado por la antigua vía férrea, mientras que me cuenta su deseo de llegar a Valencia para ver a su familia; “no la veo desde hace meses”, dice, a la vez que me pregunta si podrá continuar el viaje. Como quiera que el limpiaparabrisas del coche no puede con el agua que cae y que él venía conduciendo desde las ocho que salió de la bahía de San Fernando, le aconsejo que al llegar a Jumilla eche una cabezadita hasta que se haga de día.
Continua lloviendo con fuerza, el paraguas no sirve de nada, me estoy poniendo hecho una sopa y vuelvo a casa.
Mi mujer y mi hijo duermen, decido no acostarme porque esto me parece muy serio. Intento mientras leer en el sillón, de repente, creo oír un altavoz por las calles ¡No puede ser a las siete de la mañana! Pienso; pero más tarde vuelve a oírse, por la ventana se ve un vehículo de bomberos, salgo a la calle y miro hacia la entrada del poblado, la riada ha aumentado desde hace una hora que sacamos al gaditano. Corro a casa por las cámaras de fotografiar, las cargo y salgo de nuevo.
Desde la esquina de la calle de “El Lago” se ve venir una tromba de agua que choca contra el velódromo y se desvía hacia las casas, entra en la Plaza de los Cipreses y busca impetuosa su salida calle Rosales abajo, el coche de los bomberos saca a un grupo de vecinos, otros se asoman desde la segunda planta. El agua encuentra el muro de contención de la rambla del Morrón que bordea el sur del poblado y que ahora sirve de presa, haciendo que el nivel suba por momentos, los bomberos tienen que derribarlo. Al unísono, un vecino que intenta huir con el coche es sorprendido por la riada y desde este hay que rescatarlo. Una madre con un hijo de meses en sus brazos es evacuada entre la angustia y la histeria.
Instantes después, cuando la riada parece estabilizarse, veo al cuñado de la madre citada, me dice que asu casa ha entrado más de un metro de agua. Está afectado, no se que hacer ni que decir, le propongo asomarnos al puente de hierro, por el trayecto, entre jadeos nerviosos y palabras entrecortadas, me cuenta el drama, la odisea de verso sólo con la mujer y el niño cuando el agua subía por momentos su nivel dentro de la casa hasta cubrirles por encima de la cintura. Entonces, algo me golpea en mi interior, perdiendo esa calma tensa que desde hace horas me mantiene despierto.
Algo se agita dentro de mi, intentando explicarse este estruendo que ensordece, este tropel impetuoso que arrasa cuanto encuentra a su paso. Embotados los sentidos entre el asombro y el miedo, un sin fin de preguntas, brotan de la rabia contenida asaltando la mente; por qué estaba allí el velódromo, por qué no se construyó el muro de contención de hormigón y desde el puente de hierro, como todo un Presidente Regional nos prometió en el 82, por qué se ubicó aquí, entre dos ramblas el poblado. Por qué… por qué durante años cada cual ha desviado los cauces a su antojo y provecho echando las aguas al vecino. En definitiva, de esta zozobra, no es culpable el desastre natural. ¿No! Los culpables, si los hay, son los hombres. Con sus errores, desafueros, cacicadas han ido propiciando una realidad cada vez más disparatada y que, ahora, parece irreversible. Soluciones las hay, cuestan mucho; pero existen y quiero confiar en que se tomarán.
Las aguas poco a poco están disminuyendo, a las diez ya se puede transitar por el poblado, los vecinos se ayudan unos a otros para desalojar el barro y el lodo, que como invitados indeseados se han alojado en sus casas. El miedo, la pesadilla de algunos… esperemos se pondrán los medios para que no se repita.
Un vecino achica el fango. En la pared se aprecia el nivel de las aguas. Ahora, se oye caer agua con furia, con rabia… Empiezo a preocuparme, ayer bajo la “venia” en las dos ramblas “El Morrón” y “Del Judío”. Yo he vivido aquí, en la Estacada, las dos últimas riadas y no he visto caer agua de esta forma.
Me visto cojo el paraguas y salgo a la entrada del poblado a ver como va la cosa. Por el camino me encuentro a Cesar (Cuatro reales), que sale con su tractor para ayudar a un Land-Rover matrícula de Cádiz atrapado por la riada. Me subo al muro por si Cesar necesita que le indique; pero este, hace a la primera la maniobra de acercamiento e instantes después el vehículo es remolcado y puesto a salvo.
El conductor, ya en tierra insiste en sus agradecimientos, le acompaño hasta la otra salida del poblado por la antigua vía férrea, mientras que me cuenta su deseo de llegar a Valencia para ver a su familia; “no la veo desde hace meses”, dice, a la vez que me pregunta si podrá continuar el viaje. Como quiera que el limpiaparabrisas del coche no puede con el agua que cae y que él venía conduciendo desde las ocho que salió de la bahía de San Fernando, le aconsejo que al llegar a Jumilla eche una cabezadita hasta que se haga de día.
Continua lloviendo con fuerza, el paraguas no sirve de nada, me estoy poniendo hecho una sopa y vuelvo a casa.
Mi mujer y mi hijo duermen, decido no acostarme porque esto me parece muy serio. Intento mientras leer en el sillón, de repente, creo oír un altavoz por las calles ¡No puede ser a las siete de la mañana! Pienso; pero más tarde vuelve a oírse, por la ventana se ve un vehículo de bomberos, salgo a la calle y miro hacia la entrada del poblado, la riada ha aumentado desde hace una hora que sacamos al gaditano. Corro a casa por las cámaras de fotografiar, las cargo y salgo de nuevo.
Desde la esquina de la calle de “El Lago” se ve venir una tromba de agua que choca contra el velódromo y se desvía hacia las casas, entra en la Plaza de los Cipreses y busca impetuosa su salida calle Rosales abajo, el coche de los bomberos saca a un grupo de vecinos, otros se asoman desde la segunda planta. El agua encuentra el muro de contención de la rambla del Morrón que bordea el sur del poblado y que ahora sirve de presa, haciendo que el nivel suba por momentos, los bomberos tienen que derribarlo. Al unísono, un vecino que intenta huir con el coche es sorprendido por la riada y desde este hay que rescatarlo. Una madre con un hijo de meses en sus brazos es evacuada entre la angustia y la histeria.
Instantes después, cuando la riada parece estabilizarse, veo al cuñado de la madre citada, me dice que asu casa ha entrado más de un metro de agua. Está afectado, no se que hacer ni que decir, le propongo asomarnos al puente de hierro, por el trayecto, entre jadeos nerviosos y palabras entrecortadas, me cuenta el drama, la odisea de verso sólo con la mujer y el niño cuando el agua subía por momentos su nivel dentro de la casa hasta cubrirles por encima de la cintura. Entonces, algo me golpea en mi interior, perdiendo esa calma tensa que desde hace horas me mantiene despierto.
Algo se agita dentro de mi, intentando explicarse este estruendo que ensordece, este tropel impetuoso que arrasa cuanto encuentra a su paso. Embotados los sentidos entre el asombro y el miedo, un sin fin de preguntas, brotan de la rabia contenida asaltando la mente; por qué estaba allí el velódromo, por qué no se construyó el muro de contención de hormigón y desde el puente de hierro, como todo un Presidente Regional nos prometió en el 82, por qué se ubicó aquí, entre dos ramblas el poblado. Por qué… por qué durante años cada cual ha desviado los cauces a su antojo y provecho echando las aguas al vecino. En definitiva, de esta zozobra, no es culpable el desastre natural. ¿No! Los culpables, si los hay, son los hombres. Con sus errores, desafueros, cacicadas han ido propiciando una realidad cada vez más disparatada y que, ahora, parece irreversible. Soluciones las hay, cuestan mucho; pero existen y quiero confiar en que se tomarán.
Las aguas poco a poco están disminuyendo, a las diez ya se puede transitar por el poblado, los vecinos se ayudan unos a otros para desalojar el barro y el lodo, que como invitados indeseados se han alojado en sus casas. El miedo, la pesadilla de algunos… esperemos se pondrán los medios para que no se repita.
Muy buena esta idea de rescatar información de atrás, y es que los jumillanos tenemos, generalmente, poca memoria.
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